Parábola del viejo moribundo rodeado de ingratos hijos

Un querido amigo  cristiano me manda este cuento-- que más parece un galimatías-- que una parábola, por reiterativo. En pocas palabras, es la historia de un anciano que prefirió desentenderse de sus hijos insensibles a su agonía.  

Decidió 
irse a la playa, tirarse en la arena con su última compañera en una postrer aventura erótica del verdinegro e ingenuo anciano padre de familia, para sentir el calor del sol y luego nadar en la azul ribera  para hundirse en medio de una gran ola para morir,  volviendo a las entrañas del silencioso fondo del mar, donde su vida comenzó. Nació en la Isla de Ciudad del Carmen: 



Este era un padre anciano. Tenía muchos hijos. Algunos se disputaban el derecho de repartir sus pocas pertenencias a su muerte, tan cercana.
El viejo creía que lo amaban mucho. Y sucedió que un vecino repartió sus tierras entre sus hijas y se quedó con la casita más pequeña. Dijo que no necesitaba más para sus pocas necesidades.
Entonces, vio el viejo que su camarada fue sacado violentamente de su choza, porque uno de sus vástagos consideró que lo que le tocó era demasiado insignificante. Todos los hermanos consideraron que tenía razón y lo ayudaron para lanzar al padre pobre a la calle.


Le gritaban que se lo merecía por haberse tardado tanto tiempo en entregarles lo que se merecían. Era un justo castigo por su avaricia.


El padre que tenía muchos más hijos puso su luenga barba blanca a remojar. Se dijo para si mismo: -- Estos dicen quererme tanto o mas que los hijos del vecino pero ahora que estuve enfermo todos se excusaron para llevarme con el medico. Se hablaban a hurtadillas y se tiraban la bolita. Uno decía que su esposa estaba muy indignada porque su padre había alabado mas de la cuenta a la esposa de otro hermano. El mayor le prometia que a su muerte veria por el benjamín, el menor de sus hijos. Esto no obstante que vivía en Barataria, lugar muy lejano del hogar del anciano padre. Y el viejo musito: si estando en peligro de muerte me dedica tan escaso tiempo, ¿no seria sorprendente que después le de mayor atención al mas pequeño teniendo tantos y tan grandes quehacers frívolos, ante la paterna vista? Los otros ni decían nada porque un pepino y un limón con sal les importaba sus estúpidas inquietudes por el futuro que ya ni veria, sabría ni conocería.


Asi las cosas, el viejo padre viendo inminente su desaparición, empezó a recordar que el de lejamas tierras llega y se va a la playa a gozar las olas y el sol y deja el dolor tirado y huye de la responsabilidad de ampararlo. Recuerda que el otro hijo está en Jutilandia y desde allí le envía cartas amorosa y melosas haciéndole ver cuan grande es su amor filial. Pero cuando llega al hogar se dedica a soplar burbujas al aire y nada hace para ayudarlo.



Nada asimismo decir—reflexiona el anciano padre de familia—de las hijas que observan callan y ostentan con desparpajo un profundo desdén y desinteres por el viejo que las procreo.
Habian otros que ni siquiera se cuestionaban sobre el amor que le debían al padre sino que lo aborrecían por instigación de su loca madre.


Por ende, el viejo llego a la conclusión que haría como había hecho el antiguo patriarca que fundó esa dinastía:  se desentendió de darles nada ni poco ni mucho. 


Pensó que había hecho bastante con educarlos y darles mientras fueron hijos de familia y que cada quien hiciera su patrimonio según su entender, su esfuerzo y trabajo y procuro hacer como el que se fue a la playa. Se tendio en la arena cuan largo era y solo, solo, solamente acompañado de una fiel compañera postrera

se puso a construir castillos que porque eran de arena llegaban las olas y los derrumbaban del mismo modo que se habían venido abajo sus ilusiones.






Venimos al mundo sin nuestra voluntad y debemos dejarlo según la voluntad de Dios pero no intentemos substituir al creador, dando a ingratos lo que no se merecen y que tienen el deber de llegar a poseer según sus propios talentos.





 Y metiéndose en medio de una gran ola,  se hundió, desapareció.  Prefirió la profundidad eterna, insondable y muda,  que estar cerca de sus vociferantes verdugos prepotentes.

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